Después de entrar, registrarme y obtener mi flamante tarjeta de «campuser», tardé unos minutos en comprender la estructura y funcionamiento del Campus. Google había juntado en un sólo edificio una gran cafetería, un auditorio y un espacio de coworking. La cafetería contaba con una de las redes Wi-Fi más rápidas que he probado, así como con abundancia de enchufes. Muy a la americana, ni un sólo camarero atendiendo mesas y dos guiris que berrean en idiomas incomprensibles (o inglés con acento incomprensible) a través de su móvil. Al otro lado, estaba un auditorio con puffs en vez de butacas y múltiples pantallas para seguir al ponente o el backchannel. Una programación intensa de ponentes que evitan el atril y exponen con un micro de casco. Y cogiendo el ascensor, accedíamos a la zona de coworking de acceso restringido a aquellos emprendedores que alquilaban un workspace. De un modo muy inteligente, Google consiguió que los espacios fuesen gestionados por socios locales, siendo la Cafetería de Eat-it y el espacio de coworking un espacio Tech-Hub.

Estos tres elementos tenían mucho en común y convivían en sinergia, permitiendo que los emprendedores desarrollen sus actividades diarias en todos los espacios. La cafetería era el lugar de los buffets para después de cada evento, pero también de las actividades de team building que organizaba Tech-Hub, como el #pizzafriday que compartimos con los chicos de SeedRocket. Esto conllevaba grandes oportunidades de networking para aquellos emprendedores más incipientes, que sin financiación, todavía van de cafetería en cafetería trabajando.

Tuve la oportunidad de compartir mis experiencias en esta entrevista que me hizo Gema L. Albendea en Compromiso Empresarial.